miércoles, 5 de mayo de 2010

Fabricantes de pena ajena

(Foto: Eddy Joaquim)

Actualmente existen grupos de apoyo para gente que ha caído en drogas, alcohol, compras compulsivas, y mil cosas más. Sin embargo, hay un cierto grupo con tendencias antisociales y destructivas que no está siendo atendido. Y vaya si urge crearles un grupo, porque hoy en día no hay quien ayude a los ridículos.

La ridiculez es un mal mezquino, que se adueña de las personas y las convierte en seres ofuscados, con ideas disparatadas que van en contra de la moral y las buenas costumbres.

Un caso que dio mucho de qué hablar fue el del universitario que decidió aprovechar su ceremonia de graduación para pedirle la mano a su novia. Que 99% del público presente no tuviera el menor interés en ver devaneos románticos le importó poco al muchacho, quien con voz trémula por la emoción declaró desde el podio su amor perenne por la muchacha, convirtiendo en una telenovela lo que hasta ese momento había sido un solemne acto académico. El decano, en lugar de llamar al orden al petimetre irreverente, ensalzó con evidente exaltación las virtudes del amor joven, revelando de tal forma la ridiculez que a él mismo lo aquejaba.

Esta epidemia de ridiculez tiene sus orígenes indiscutibles en la avalancha de telenovelas, radionovelas, literatura rosa y comedias románticas a las que muchos se ven expuestos día tras día, durante años, lo que les provoca una erosión de la barreras mentales que separan la ficción de la realidad. Debido a esta inhabilidad para distinguir la vida real de las películas, los ridículos son propensos a cometer actos de teatralidad exagerada, manifestando una total indiferencia ante la propiedad, la sensatez y la cordura.

¿Es la ridiculez incurable? Por el momento la ciencia no ha encontrado solución alguna, pero aparentemente se han logrado avances por medio de largas terapias con electrochoques. La falta de una cura hace necesario poner especial énfasis en la prevención, seleccionando cuidadosamente la cultura a la que se ven expuestos los niños, antes de que sea demasiado tarde. Sólo cuidando a nuestros jóvenes lograremos contener la ridiculez antes de que afecte a la siguiente generación.

Lo más terrible es que cada incidencia de ridiculez supera a la anterior. El caso del universitario romántico se queda chico comparado con el de cierta pareja que decidió tener una boda musical. En esta surreal ceremonia, el novio y la novia hicieron sus respectivas entradas bailando al son de de música contemporánea. Luego, a media misa, se hizo una pausa en la que el cura procedió a sentarse mientras la pareja de recién casados danzaba una complicada coreografía en compañía de sus caballeros y damas de honor. La gravedad del asunto se pone en evidencia cuando se consideran las muchas semanas que todo el cortejo pasó tuvo que pasar ensayando dicho número musical. Un acto de ridiculez premeditado, y por lo mismo, escalofriante.

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