martes, 12 de octubre de 2010

Con un consejo y un duro, sale el hombre del apuro

Varios lectores nos han escrito para solicitar asesoría sobre ciertos problemas muy puntuales que los aquejan. Condolidos de sus pesares, hemos puesto nuestros amplios conocimientos a su entera disposición. Debido a la falta de espacio, hemos seleccionado los casos más dramáticos, los cuales les presentamos a continuación.

(Foto: Michele Constantini)


Señores:

A lo largo de varios años he desarrollado el hábito de hablarme a mí mismo. No es algo de lo que me sienta particularmente orgulloso, pero como nunca lo hago en público, creo que no molesto a nadie. Además, suelo darme muy buenos consejos. Pero ese no es mi problema. Mi problema es que últimamente me he dado cuenta de que no me hago caso a menos que me hable a mí mismo con un acento extranjero. Inglés, argentino, español, francés, me da lo mismo, pero tiene que ser un acento de afuera. Si intento hablarme con mi acento natural, me sorprendo a mi mismo ignorándome o bien mandándome a callar. Esto me deja muy molesto conmigo mismo. Además, hacer acentos no es mi fuerte y me resulta muy complicado. Por favor, aconséjenme qué puedo hacer para remediar este problema.

Atentamente,

-Monoilógico


Querido Mono:

Lo que usted está padeciendo es un desorden muy común de la sociedad actual: el Malinchismo Introvertido. Tan arraigada está en algunos paisanos la idea de que los extranjeros saben más que los de acá, que se le da preferencia automática a quien dice las cosas con acento extranjero, aunque digan meras sandeces. Le recomendamos explicarse a sí mismo, con calma, que si bien en el extranjero hay muchos adelantos, ser de aquí no es necesariamente desventajoso pues se tiene una visión mucho más cercana de la problemática local. Si eso no funciona, le recomendamos mudarse a otra nación donde hablen una lengua distinta. Así podrá hablarse con su acento de aquí, con la diferencia de que, en ese país, será acento extranjero.

Atentamente,

- Staff de Neuronas Parlanchinas

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Estimados señores:

Recientemente quise sorprender a mi marido para nuestro aniversario de bodas y sin decirle nada, acudí al consultorio del cirujano plástico a que me hicieran unos retoques en la nariz, en las pompis y en las bubis. Además me esculpieron el abdomen y me dieron la cintura que nunca tuve y que siempre quise. Pero cuando me presenté ante mi esposo, él se marchó de la casa disgustado. Mis intentos de arreglar las cosas fueron infructuosos y ahora él quiere divorciarse de mí. Pero lo peor es que me he enterado de que está saliendo con la contadora de su oficina, una mujer más vieja, más gorda y más fea que como yo era antes. Hasta su voz es de lo más desagradable. La verdad estoy muy deprimida. Ayúdenme a entender esto.

Atentamente,

-Reconstruida y Confundida


Querida Reconstruida:

Muchos hombres prefieren tener una esposa repulsiva para evitarse el arduo trabajo de mantener alejados a posibles competidores. Ahora que le has hecho la mala obra de hacerte apetecible, el pobre hombre ha sufrido un ataque de pánico y se ha ido a buscar a otra que le provea de la tranquilidad doméstica que busca. Si quieres recuperarlo, no hay alternativa: tendrás que regresar al quirófano a que te vuelvan a instalar la nariz de antes, te desinflen el busto y te hagan caer el asiento. Y a la próxima que quieras sorprender a tu marido, mejor cómprale un suéter.

Atentamente,

-El Staff de Neuronas Parlanchinas.

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Señores:

Trabajo como estilista en mi propio salón de belleza, el cual cuenta con una amplia clientela muy sofisticada, dispuesta a pagar generosamente por mis peinados (yo prefiero llamarlos “esculturas capilares”, pero el nombre todavía no ha hallado acogida entre mis clientes). Aparentemente soy feliz, pero, tengo un secreto muy peliagudo. Verán ustedes, soy heterosexual. No le he dicho a nadie, pues estoy seguro que si se llega a saber, lo perderé todo. El peso del secreto me atormenta y me ha causado varias crisis nerviosas, pues la idea de ser descubierto me produce una paranoia galopante. ¿Que puedo hacer? Cortar cabello de mujeres es mi vida.

Atentamente,

-Joven Manos de Tijera de Entresacar


Querido Joven:

Si hubieras acudido a algún otro consejero, probablemente te habrían dicho que tu preferencia sexual no es lo que importa, sino tu habilidad para cortar y peinar. Pero tu bien sabes que eso no es cierto. Un hombre heterosexual que trabaje de estilista es algo inaudito y produce desconfianza entre los maridos y novios de las clientes. Nuestro consejo: para quitarte el miedo a que te descubran, deja de fingirte gay y hazte un gay de verdad. Tenemos entendido que no es tan complicado, pues los prisioneros de las cárceles lo hacen todo el tiempo. Ahora bien, si no te apetece visitar un centro correccional y quisieras un cambio de preferencia más gradual, bien podrías empezar probando con trasvestis y seguir desde allí. Recuérdate de nosotros cuando seas Estilista del Año.

Saludos,

-Staff de Neuronas Parlanchinas

domingo, 3 de octubre de 2010

No hay peor sordo que el que puede oír

(Foto: Chris Ryan)

Durante mis años mozos, mis padres me recomendaron repetidamente que no escuchara la música a volúmenes tan elevados, pues me quedaría sordo. ¡Si tan sólo no les hubiera hecho caso!

Durante mucho tiempo, estuve convencido de que mis años de visitar discotecas habían dejado mi oído interno tan devastado como el centro de Hiroshima después de que le dejaran caer la bomba atómica encima. El galopante tinnitus que desarrollé en mi adolescencia parecía confirmar mi suposición. Sin embargo, esto lejos de entristecerme, me daba una cierta tranquilidad.

Porque si bien es cierto que estar completamente sordo no deja de ser una tragedia, estar medianamente sordo constituye una ventaja cuando se vive en una ciudad moderna. El semisordo puede transitar por la calle sin tener necesidad de cargar audífonos o tapones en los oidos para amordazar los gritos de los peatones ni el generoso uso del claxon de los conductores. ¿Y que pasa cuando uno se encuentra en interiores? Pues, seamos sinceros, la mayoría de las cosas que uno oye cotidianamente son puras fruslerías. En el caso de la información realmente importante, por lo general viene en forma escrita.

Pero hace un par de meses empecé a entrever la posibilidad de que tal vez no fuera yo tan sordo como pretendía ser. Me encontraba almorzando en casa de lo más contento cuando sentí mis tímpanos ser ultrajados por un chirrido tan agudo e insoportable que, si alguien hubiera decidido arañar un pizarrón en ese preciso momento, el rechinido resultante habría semejado una dulce melodía. Con las manos cubriéndome las orejas, busqué la fuente de tan detestable cacofonía, que resultó ser mi hermana, que me miraba atentamente mientras me apuntaba con su celular. ¿Pudiste oir eso?, me preguntó. Ese día aprendí dos cosas: primero, que mi hermana tiene una veta sádica de cuidado, y segundo, que pertenezco al reducido número de individuos que pueden percibir sonidos de alta frecuencia después de los veinticinco.

Lejos estaba yo de imaginar lo perjudicial que iba a resultarme pertenecer a este grupo de élite auditiva hasta que llegué a la casa el viernes. Al abrir la puerta fui recibido por un sonido agudo de origen desconocido, semejante a mi tinnitus, pero mucho más fuerte. Pensé en que podría ser mi hermana de nuevo, pero no. El sonido provenía de fuera, probablemente de alguna alarma doméstica mal ajustada. Fui a recorrer varias veces el vecindario pero no pude determinar el origen del sonido, y así no puedo exigirle a alguien que haga algo por eliminarlo. Además, como es el fin de semana, es poco probable que pueda hacerse algo antes del lunes.

Mientras tanto, no me queda otra que aguantarme. He cerrado puertas y ventanas, pero como se trata de un sonido de alta frecuencia, atraviesa vidrio y paredes como si fueran mantequilla. La única solución que he encontrado para no escucharlo es llenar mis oídos con música a todo volumen, de modo que el pitido no tenga espacio por donde llegar a mis tímpanos. De esta forma creo que lograré aguantar hasta que el pitido desaparezca o yo me quede sordo del todo. Mi madre me ha dicho algo que sonó a “victoria pírrica”, pero como no pude leer sus labios y ella tampoco lo puso por escrito, no estoy seguro.

viernes, 30 de julio de 2010

El porqué de la periodicidad

(Foto: Daniel Grill)

A veces, defender las cosas que uno hace es una batalla cuesta arriba, especialmente si uno tiene un espíritu caprichoso y tiene por costumbre hacer cosas ilógicas, inesperadas o absurdas. Para muestra un botón.

Hace poco tiempo comenté sobre la avalancha de información que nos abruma a todos y a cada uno de los habitantes del mundo moderno. Por vía impresa, radial, televisiva o electrónica, los datos se desparraman incesantemente, a través de nuestros ojos y oídos, encaminándose inexorables hasta llegar a nuestros cerebros, donde saturan los procesos cognitivos en un océano de conocimiento precipitado. Por ello, cualquier otra persona con un ápice de cordura estaría enfilando al sótano para aislarse de este ataque a los sentidos. En cambio, este servidor de ustedes compró una suscripción de periódico.

Habiendo tantas cosas menos frívolas en las cuales podría haber derrochado mi dinero, como una botella de champaña con virutas de oro flotando dentro o un reloj a prueba de balas, una suscripción de periódico no deja de ser bastante disparatada. Especialmente cuando consideramos que periódicos no me faltan en mi diario vivir. De los ocho o diez periódicos que se publican en el país, yo tengo acceso regular a casi todos. En mi casa estamos suscritos a dos. En la oficina recibimos otro más. Si uno visita un restaurante, es posible conseguir el resto. Y por supuesto, todos y cada uno de estos diarios se encuentran disponibles en Internet. ¿Entonces? ¿Para qué una suscripción?

Después de largas cavilaciones, una conclusión a la que he llegado es… que realmente me gustan los periódicos impresos. Hay algo en ellos que ejerce sobre mí un embeleso indiscutible. La experiencia tan deleitablemente análoga de pasar las páginas de un periódico está ausente en las nuevas tecnologías. También son relativamente permanentes e indiferentes a los fallos de energía o colapsos informáticos. Borrar un sitio web es fácil, pero eliminar todas y cada una de las copias de un periódico una vez que éstas han sido distribuidas, es imposible.

La experiencia de leer un periódico tiene un encanto muy propio. Apenas unidas por un doblez, las páginas de un periódico incluyen información de todas partes del mundo en un orden establecido e invariable: nacionales, internacionales, de negocios, sociedad, cultura y deportes. Aunque es posible leer el periódico entero, muy poca gente lo hace y en esto, yo me incluyo. En mi caso, aunque siempre intento leer el periódico en su totalidad, al empezar a leer la sección de deportes me siento invadido de un hastío tan fuerte que me hace dejar el periódico en ese preciso momento. La sección de negocios también solía causarme el mismo efecto, pero cada vez la veo con más detenimiento. Puede ser una señal de madurez, quien sabe. Esperemos que no.

Pero dejando de lado mi consabido romance por las formas impresas de comunicación, la otra razón por la cual decidí suscribirme es que cada periódico es diferente. En este país tenemos un periódico oficial, dos ultraconservadores, dos de corte progresivo e intelectual y tres amarillistas. Debido a los diferentes mercados a los cuales están dirigidos, la forma de reportar de cada periódico suele ser diferente en tono, tema y diseño. Los que suelo leer contienen artículos con análisis de fondo y amplia cobertura a las propuestas culturales, todo presentado en colores sutiles y diagramación elegante. Los otros diarios se caracterizan por sus abundantes fotos de catástrofes, accidentes viales, actos de violencia y señoritas en bikini. ¿A alguien sorprende que estos últimos sean los diarios de mayor circulación?

Ahora bien, respondamos a la pregunta que formulamos anteriormente. ¿Por qué una suscripción? Porque tengo gustos de lectura muy específicos y adquirir periódicos de corte intelectual me hace sentirme todo un miembro de la élite sociocultural del país. ¿Es suscribirse a un diario más algo sabio en vista de la crisis de saturación informática? Pues por supuesto que no. La pila de diarios sin leer en mi casa aumenta cada día, ocasionando neurosis y estrés en este lector, a quien sus delirios de grandeza le han hecho prácticamente imposible ponerse al día con sus lecturas atrasadas. Pero así es la vida cuando uno es un esnob cultural. Si fuera fácil, no sería así de delicioso.

lunes, 19 de julio de 2010

Guía para la supervivencia espectatorial

(Foto: Tobi Corney)

Para quienes gustan del arte, es bien sabido que la indiscutible pièce de résistance es la inauguración. Pero presentarse a uno de estos eventos no es para los neófitos: requiere de experiencia, reflejos rápidos y agilidad mental. Después de repetidas asistencias a este tipo de eventos, hemos compilado una serie de consejos de supervivencia para que cualquiera pueda ir a uno de estos acontecimientos y viva para contarlo.

  1. Vestimenta: Si el clima lo permite, seleccione prendas frescas de algodón. Aunque la moda de hoy se orienta a las ropas de fibras sintéticas, recuerde que va a un lugar con mucha gente, lo que usualmente significa un ambiente cálido. Y si además se utilizan farolitos con bombillas de halógeno, la cosa puede convertirse en un auténtico baño sauna. Todo aire de sofisticación se esfuma si uno parece el protagonista de un anuncio de anti-transpirante.
  2. Ojo con la puntualidad: Y con esto queremos decir que hay que se olvide totalmente de ser puntual. La bárbara costumbre de llegar a tiempo no tiene cabida en los círculos artísticos. Por eso es los entendidos saben que la hora de invitación suele ser únicamente una sugerencia. Calcule arribar con un mínimo de 30 minutos de retraso, pero con no más de 45, pues se arriesga a que los parqueos estén atestados y que la mesa de las viandas esté vacía.
  3. Lleve siempre su celular. El celular es un aparato esencial en estas instancias. No sólo le permite agregar importantes contactos a su agenda, sino que le permite ubicar a los amigos que se han perdido de vista entre la multitud. Portar un celular también le permite a usted ser contactado por la persona que no puede salir del parqueo porque el auto de usted le está bloqueando la salida.
  4. Aprovisionamiento. Al llegar al lugar, ubique la mesa de las bebidas y las viandas con la mayor rapidez posible y diríjase a ellas sin demora. Recuerde que lo más importante es. Procure no retirarse de la mesa sin tener una copa en una mano y un platito repleto de comida en el otro. Trate de llegar antes de que se forme una multitud o se quedará con las manos vacías, lo cual es un pecado imperdonable en estos eventos.
  5. Infórmese. Procure conseguir uno de los folletos que dan en la entrada. Si es una exposición individual, trate de aprenderse el nombre del artista. Si se trata de una exposición colectiva, apréndase el nombre de la agrupación o colectivo artístico. Poseer esta información le da a usted un aire de conocedor. Además, tener el folleto en la mano puede ayudarle a ocultar el hecho de que no llegó a tiempo a la mesa de la comida.
  6. Recorrido artístico. Con la copa en mano, el estómago lleno y la información memorizada, ya está usted listo para deambular por la exhibición. Cuente cinco fotos o pinturas a partir de la entrada, y deténgase un momento. Acérquese a la pieza y luego de analizarla en silencio por no más de treinta segundos, asienta silenciosamente antes de proseguir, indicando su aprobación antes de reanudar el trayecto. Repita cuantas veces sea necesario. Recuerde que no hay prisa, pues lo importante es que la gente se de cuenta de que usted está alli y tiene sensibilidad artística.
  7. Comentarios. Como parte de la socialización, probablemente le toque a usted expresar su opinión con respecto a la muestra. Limítese a decir “Todo esto es muy intenso: es un reflejo de la realidad en la que vivimos.” Si se siente ambicioso, diga algo como “La transposición de formas y significados complementa perfectamente la temática, creando una delicada sinergia.” Antes de que le pidan explicar lo que acaba de decir, exclame: “¿No es ese el artista? ¡Vamos a saludarlo!”. Aquí es donde viene como anillo al dedo la información aprendida anteriormente en el trifoliar.
  8. Retirada. En las exposiciones, como en todo, irse en el momento justo es muy importante. Una estancia de unos noventa minutos es generalmente considerada de buen gusto, pues permite las dosis suficientes de apreciación artística y socialización. Ahora bien, si durante su estancia llegara a albergar alguna sensación de que usted realmente es capaz de comprender el arte contemporáneo, debe retirarse inmediatamente, pues se ha excedido de copas. Si se encuentra en tal estado, evite toparse con el artista a la salida. Es bien sabido que el alcohol suelta la lengua, y nada arruina una exitosa velada artística como un exceso de sinceridad.

domingo, 11 de julio de 2010

Los laureles son pésimo colchón

(Foto: Andre Bernardo)

El despertar vino en la forma de un dolor agudo entre mis costillas. Cuando abrí los ojos, Leandro todavía tenía en la mano el paraguas con el que me había pinchado.

-“Vaya, no estabas muerto.”, dijo con una sonrisa. 
-“De que hablas?”
-“Estábamos preocupados por ti. Luego de escribir frenéticamente durante cuatro meses y publicar hasta cuatro artículos por semana, de repente, nada. Pensábamos que te había dado un derrame o algo."
-"¿Pensábamos? ¿Quienes?"
-"Tus lectores."
-"¿Mis lectores? Vamos, los mencionas como si fueran un club o algo."
-"Lo somos. Nos reunimos todos los jueves a tomar café y a comentar tus artículos. No siempre podemos llegar, pero tratamos de asistir la mayor cantidad de veces posible. Por cierto que esta semana me toca a mí elegir el lugar de reunión."
-"Nunca había oído yo de que existiera tal cosa. Pero, y si ustedes se reúnen para discutir mis escritos, no merecería yo ser invitado?"
-"Pues la verdad es que ahora no mereces muchas cosas, después de la forma en la que nos has abandonado."
-"Pero que exageración! Pero si apenas han sido tres o cuatro días de no escribir."
-"Han sido tres semanas. Y antes de eso, fueron otras tres semanas. En total, mes y medio sin nuevos textos. Ese nivel de holgazanería es inaceptable."
-"Vamos, que esto de escribir es algo orgánico, requiere de utilizar la creatividad, de asociar ideas, no se puede hacer como si fuera algo mecánico. La inspiración no surge todos los días."
-"Georges Simenon no tenía ese problema. A él lo encontrabas escribiendo día tras día, sin importar la resaca que tuviera de la parranda del día anterior."
-"Simenon no cuenta. El otro día leí un artículo que decía que él en realidad era un androide construido por el gobierno francés."
-"No voy a dignar responder tamaño disparate. Yo estoy aquí para decirte que estamos hartos. Si sigues igual, vamos a tener que desbandar el Club y empezar a leer otros blogs."
-"¡Esto es un chantaje!"
-"No, no lo es. En realidad, esto ya está pasando. Justo ayer una de las fundadoras del club confesó que dejaría de llegar a nuestras reuniones pues había empezado a leer las apasionantes historias de una niña de 15 años que da clases de maquillaje. Yo mismo me he encontrado leyendo las historias que publica un contador público que trata de ser dramaturgo."
-"¿Qué? ¿Et tu, Leandro?"
-"¿Qué puedo decirte? El hombre escribe muy bien. Su más reciente obra trata de Núñez Pereira, un escritor que está a punto de perderlo todo cuando se descubre que ha desfalcado al fisco por años. Pero entonces aparece el protagonista, que tiene una solución inesperada que tiene que ver con el Formulario 1564-E de Declaraciones Patrimoniales…"
-"Perdona, ¿el protagonista es un contador?"
-"Todos sus protagonistas son contadores."
-"No se diga más. Reúne al Club, ofréceles mis disculpas por el abandono y dile a todos que antes de que termine el día tendrán un nuevo artículo para su lectura."
-"En serio, ¿lo harás?"
-"Lo juro por la madre de Tom Wolfe."

Luego de que Leandro se hubo ido, encendí la computadora y me dispuse a escribir el artículo prometido. Tan sólo necesitaba hacer algo antes. Revisé el sitio que me había recomendado mi amigo y confirmé mis sospechas. Me urge encontrar un nuevo contador, de preferencia uno que no se sintiera en libertad de divulgar mis parabienes contables en sus creaciones dramatúrgicas. Si ustedes saben de alguno, avísenme por favor.

viernes, 11 de junio de 2010

Malo de encender y peor de apagar

 (Foto: Stephen Mallon)

Mientras desciendo vertiginosamente por la empinada cuesta, percibo la velocidad de mi auto acrecentarse con cada segundo que pasa. Arbustos, casas y transeúntes pasan a mi par convertidos en manchas borrosas. El peligro que se cierne sobre mí produce oleadas de adrenalina que recorren mis venas traduciéndose en palpitaciones desaforadas en mi pecho y gotas de sudor frío que perlan mi frente. Pienso en el pedal del freno, y ruego no tener que usarlo pues sé muy bien que parar ahora sería catastrófico.

A cambio de todas las ventajas que proporciona el automovilismo, el conductor se pliega a las incesantes exigencias de todo vehículo: gasolina, aceite, líquido de frenos, anticongelante y mil cosas más. Desatender alguna de éstas puede ser calamitoso y conducir a un peatonismo obligado. Pero mientras que una carencia de gasolina tan sólo puede ser remediada con más gasolina, una carencia de batería puede ser paliada con la combinación adecuada de esfuerzo físico e inercia.

Y eso es algo muy afortunado, porque a diferencia de la gasolina y el aceite, la batería no siempre avisa antes de fallar. Un conductor puede manejar su vehículo el día entero sin problemas y pasar las de Caín para encenderlo por la noche. Ese caprichoso carácter de las baterías ha obligado a algunos a cargar cables para pasar corriente, pero ello precisa de la gentileza de otro conductor, algo en lo que difícilmente se puede depender hoy en día. Contagiados de ese nihilismo, algunos conductores han optado por comprar baterías portátiles que usan para pasarle carga a sus extenuados vehículos. Algo muy conveniente, pero distan de ser una opción para el automovilista con presupuesto limitado. Algunos optan por llamar a la agencia de seguros para solicitar auxilio, pero si el vehículo se queda varado en un lugar oscuro y poco concurrido, puede ser que cuando al fin llegue la grúa, no quede suficiente vehículo que remolcar.

Es por todo lo anterior, que empujar sigue siendo la opción favorita para encender el vehículo en caso de emergencia. Esta actividad es muy sencilla cuando se lleva un copiloto o se consigue a algún alma caritativa que empuje mientras uno se sube a tratar de encender el vehículo. Las cosas se complican cuando la única persona disponible para empujar es la misma que tiene que encenderlo. Esto produce frenéticas escenas de hilarante acrobacia propias de las películas de los años dorados del cine mudo.

Para quienes tienen la fortuna de haber parqueado en terreno inclinado, lo único que resta es quitar el freno de mano y dejar que el peso y la gravedad se hagan cargo. Si la batería no está muy agotada, bastará con unos diez o veinte metros de caída para encender el vehículo. Pero si la cosa es seria, como a veces sucede, es preciso dejar caer el auto mucho más, hasta que el acumulador reúna carga suficiente.

Y fue así como me he ví en la situación que describía al principio. Al ver que mi auto se rehusaba a encender, tuve que permitir que transcurriera más tiempo del que yo consideraba prudente. Aunque la calle estaba en una pronunciada pendiente, el testarudo carro no quería encender. Apagué el aire acondicionado, el radio y cualquier otra cosa que pudiera drenar preciosa energía de arranque, pero nada. El auto comenzó a perder impulso conforme el terreno se hizo menos vertical. Miré a mi alrededor y me di cuenta que mi acelerado paseo me estaba llevando a uno de esos barrios a los que uno no entra ni aunque le paguen. Decidí intentar un cambio de enfoque. Suspendí la letanía de expletivas que venía murmurando entre dientes, miré fijamente al tablero de instrumentos, y en tono demasiado agudo, dije: “Si enciendes ahora, te juro que mañana te compro una batería nueva.” Silencio. Traté de controlar mi nerviosismo y agregué: “Además te voy a llevar a lavar, aspirar y a pulir.” El motor emitió un gruñido casi inaudible. Con voz seductora acaricié el tablero de instrumentos mientras susurraba: “Y por supuesto, te llenaré el tanque con gasolina de alto octanaje.” Y en ese momento, el auto arrancó.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Fabricantes de pena ajena

(Foto: Eddy Joaquim)

Actualmente existen grupos de apoyo para gente que ha caído en drogas, alcohol, compras compulsivas, y mil cosas más. Sin embargo, hay un cierto grupo con tendencias antisociales y destructivas que no está siendo atendido. Y vaya si urge crearles un grupo, porque hoy en día no hay quien ayude a los ridículos.

La ridiculez es un mal mezquino, que se adueña de las personas y las convierte en seres ofuscados, con ideas disparatadas que van en contra de la moral y las buenas costumbres.

Un caso que dio mucho de qué hablar fue el del universitario que decidió aprovechar su ceremonia de graduación para pedirle la mano a su novia. Que 99% del público presente no tuviera el menor interés en ver devaneos románticos le importó poco al muchacho, quien con voz trémula por la emoción declaró desde el podio su amor perenne por la muchacha, convirtiendo en una telenovela lo que hasta ese momento había sido un solemne acto académico. El decano, en lugar de llamar al orden al petimetre irreverente, ensalzó con evidente exaltación las virtudes del amor joven, revelando de tal forma la ridiculez que a él mismo lo aquejaba.

Esta epidemia de ridiculez tiene sus orígenes indiscutibles en la avalancha de telenovelas, radionovelas, literatura rosa y comedias románticas a las que muchos se ven expuestos día tras día, durante años, lo que les provoca una erosión de la barreras mentales que separan la ficción de la realidad. Debido a esta inhabilidad para distinguir la vida real de las películas, los ridículos son propensos a cometer actos de teatralidad exagerada, manifestando una total indiferencia ante la propiedad, la sensatez y la cordura.

¿Es la ridiculez incurable? Por el momento la ciencia no ha encontrado solución alguna, pero aparentemente se han logrado avances por medio de largas terapias con electrochoques. La falta de una cura hace necesario poner especial énfasis en la prevención, seleccionando cuidadosamente la cultura a la que se ven expuestos los niños, antes de que sea demasiado tarde. Sólo cuidando a nuestros jóvenes lograremos contener la ridiculez antes de que afecte a la siguiente generación.

Lo más terrible es que cada incidencia de ridiculez supera a la anterior. El caso del universitario romántico se queda chico comparado con el de cierta pareja que decidió tener una boda musical. En esta surreal ceremonia, el novio y la novia hicieron sus respectivas entradas bailando al son de de música contemporánea. Luego, a media misa, se hizo una pausa en la que el cura procedió a sentarse mientras la pareja de recién casados danzaba una complicada coreografía en compañía de sus caballeros y damas de honor. La gravedad del asunto se pone en evidencia cuando se consideran las muchas semanas que todo el cortejo pasó tuvo que pasar ensayando dicho número musical. Un acto de ridiculez premeditado, y por lo mismo, escalofriante.

Por si no los han leído:

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