lunes, 2 de noviembre de 2009

El que espera...


(foto: Tom Merton)

Ya hace rato que estoy detrás de una cierta dama, que no siente nada por mí y apenas sabe que existo. Al mismo tiempo, hay una jovencita que está detrás de mí, quien no me gusta para nada, ni siquiera para amiga. Tarde o temprano la vida nos separará y es probable que no volvamos a vernos. Pero hasta entonces los tres seguiremos haciendo cola en el banco.

Gran parte de la vida nos la pasamos esperando. Y es un hecho que a todos nos toca esperar, sin importar el estatus social, la edad, el género ni el signo zodiacal. Las mujeres embarazadas esperan 9 meses para librarse de esas pequeñas personitas que están viviendo literalmente a sus costillas. Los conductores esperan a que les de la luz verde. Los empleados esperan la hora de salida. Algunos más, esperan a un señor llamado Godot, que no hay modo que aparezca.

Esperar es toda una institución social. No por nada hay salas dedicadas específicamente a esta actividad. Algunas esperas son inquietantes, otras son angustiosas. Algunas son sencillamente un fastidio, especialmente cuando hace calor, y se ha descompuesto el aire acondicionado. O cuando nos pega el sol en la cara. O cuando el individuo de adelante tiene problemas gastrointestinales. O cuando nos toca cerca una persona de esas que hablan por los codos, quien además padece de mal aliento.

Pero todas las esperas se caracterizan por la imprecisión e incertidumbre que producen, pues nadie sabe exactamente cuánto tiempo le tocará esperar. A veces uno se atiene a que la espera será larga y llega tarde. A veces llega temprano y entonces le toca esperar el doble.

Otra característica de las colas es que todos las odian. Los jóvenes detestan esperar, pues sienten que están desperdiciando su juventud. Los adultos abominan hacer antesala porque efectivamente ya han desperdiciado gran parte de su juventud y quieren aprovechar la poca que les queda mientras pueden. Los ancianos son indiferentes a los aguardos pues difícilmente tienen algo mejor que hacer. Lo irónico es que los ciudadanos de la tercera edad son a los que menos les toca esperar, ya que por lo general se les da trato preferente y los pasan al frente de cualquier cola.

Ya que esperar es algo universal e inevitable, lo mejor es sacarle provecho. Viéndolo positivamente, las esperas pueden constituir respiros en nuestro ajetreado mundo, proporcionando descanso a nuestro sobrecargado cerebro, tan bombardeado por estímulos en la vida cotidiana. Son pausas de reflexión y análisis que difícilmente se presentarían de otra forma, y oportunidades para practicar la meditación al estilo Zen, permitiendo que los flujos de conciencia pasen sin cortapisas por la mente, logrando un estado de iluminación profunda. Eso hice yo la última vez que me tocó esperar y cuando sentí, ya había escrito esta columna.

3 comentarios:

Unknown dijo...

XD esperar es parte de nuestra cultura, es más! sentimos raro cuando llegamos a pagar nuestras cuentas o a comprar algo y no hay cola, así que no esperar es como sentirse afortunado. Me gustó este esta entretenido leerlo >_<

Mónica Salaberría dijo...

Creo que lo ideal sería conseguirte un trabajo de tramitador, para que te toquen abundantes colas y así podrías publicar columnas cada día de la semana. :D

Prado dijo...

La vida es una espera a que la muerte nos atienda. Saludos.

Por si no los han leído:

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