jueves, 15 de octubre de 2009

El síndrome sampedrano

Frecuentemente me siento identificado con San Pedro, pero no porque haya renegado de mi jefe tres veces antes de que cantara el gallo, porque haya caminado sobre el agua o porque le haya rebanado una oreja a algún miembro de las fuerzas del orden. No, la similitud que comparto con este discípulo tan famoso concierne a algo mucho más cotidiano pero no por ello menos importante: el tamaño del llavero.


(Foto: Colin Hawkins)

Y es que al igual que el Portero Celestial, poseo una abundante colección de llaves que porto a donde quiera que la vida me lleve. Hay quienes creen que cargar encima tanta llave no es recomendable, pero yo le explico a esas personas que para mí es sumamente necesario poseer todas y cada una para poder tener acceso a los diferentes ambientes que utilizo cada día: mi casa, el auto, la oficina y lo más crucial de todos: el baño de empleados.

Por supuesto, quienes se oponen a esta práctica no dejan de tener razón. Todas mis llaves juntas pesan unas tres libras mas o menos, y llevar tanto metal encima efectivamente tiene sus incovenientes: abulta considerablemente los bolsillos, hace brincar las alarmas en los bancos y lo desbalancea a uno al caminar. Aparte de que usar llaveros pesados tiende a estropear la cerradura del encendido de los automóviles y tanta llave junta tiende a enterrarse en los muslos cada vez que uno se topa con algo al caminar, cosa que lamentablemente me sucede muy seguido.

Por otra parte, cuando llega el momento de usar alguna de las llaves de la coleccion, valiosos segundos son desperdiciados inevitablemente mientras se ubica la llave correcta de entre las decenas de llaves parecidas. Y si casualmente tenemos paquetes en las manos, la búsqueda puede complicarse bastante.

Pero no tengo alternativa. El mismo hecho de que sea un bulto considerable me hace notar su ausencia de inmediato, lo que ha minimizado los extravíos. Y precisamente porque mi llavero es una montaña de fierros, es mucho más facil de encontrar que si se tratara de una llave solitaria.

Y así seguirá la cosa hasta que la tecnología me salve de mi situación implantando maravillas como puertas que lean la retina o la huella digital del usuario, haciendo que las llaves pasen a ser obsoletas reliquias del ayer. Cuando ese día llegue, nuestros bolsillos estarán más vacíos, y uno podrá entrar a todos lados en un santiamén. Tan sólo será necesario asegurarse de llevar consigo ojos y dedos antes de salir de casa.

5 comentarios:

Julio Serrano Echeverría dijo...

Dame el llavero abuelita, y enséñame tu rooopero... eso quiere decir que salir del closet está en tus manos, mi querido san piters jajaja

abrazote don muñe

Mariana Stallen-Krug dijo...

Cuidado al cargar tanta llave, no se te ocurra ponerlas en el bolsillo trasero de tus pantalones, porque si te sientas encima del llavero, tendrás que pasarte una temporada en el sanatorio mientras te reconstruyen la cola.

San Piters dijo...

Es mi closet y no salgo de él si no quiero. Aquí se vive bien y tengo cable que le robo al vecino.

Juan Pablo Serrano dijo...

Lastima que no lo leí antes... no estaría sin carro

Francisco Baum dijo...

Ah que dilema... acceso vrs. conveniencia. Porque vaya si no se necesita una seria cantidad de llaves en estos días. A las llaves que mencionaste yo agregaria la del casillero del gimnasio.

Yo lo que hago es tener varios llaveros, dependiendo del área donde me encuentre. A veces es un problema, pero me ha funcionado en gran medida.

Por si no los han leído:

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