miércoles, 8 de julio de 2009

Memorias de un autonauta


(foto: ©2008 Myla Kent)

Estoy agradecido a Henry Ford por hacer posible que yo pueda desplazarme en un automotor. Pero a la vez lo maldigo de todo corazón por haberle dado la misma posibilidad a todos los demás.

Tener un automovil es fabuloso, hasta que uno lo saca del garaje. En mi caso particular, por vivir en una transitada vía y carecer de un portón eléctrico, debo ejectutar el mismo ritual todas las mañanas: sacar el auto poco a poco, poner las luces de emergencia, bajarme corriendo a cerrar el portón y luego subirme a toda velocidad a mi vehículo, tratando de que no me arranquen una extremidad, ¡o dios libre! la puerta de mi auto.

Una vez que uno ya está en movimiento, se encuentra con uno de los dos tipos de automovilistas: las tortugas o los bólidos. Los tortugas son todos aquellos idiotas que manejan más despacio que uno. Los bólidos son esos maniáticos desquiciados que lo rebasan a uno a 120 kilómetros por hora. Curiosamente, ambos tipos de conductores producen reflexiones de índole teológica. Los tortugas lo hacen a uno pensar en el Infierno, y cómo quisiera mandarlos a todos y a cada uno de ellos allí. Los bólidos lo hacen a uno rogar al Ángel de la Guardia para que lo ayude a uno a salir bien librado.

Y si estar en movimiento es arriesgado, estar inmóvil es enloquecedor. Durante varias horas al día, las calles de la ciudad se convierten en aparcaderos abiertos, donde nadie se mueve ni un centímetro en dirección alguna. Se recomienda llevar un poco de lectura liviana para pasar el rato. El Ulises de Joyce es un buen inicio, pero con cualquier tomo de más de mil páginas servirá.*

Por supuesto, no hay que olvidar a los policías de tráfico. Estos señores, -a quienes llamo Emetristas- tienen una habilidad indiscutible para enrevesar cualquier situación. Pareciera que lo único que hacen todo el día es jugar al Semáforo Inverso con los conductores, dándole paso a quienes les toque luz roja y deteniendo a los que les toca luz verde. Divertidísimo. Aunque he de decir que prefiero ese juego a su otro pasatiempo: la Multa Sorpresa.

Empiezo a sospechar que la verdadera razón por la cual una serie como Viaje a las Estrellas llegó a ser tan popular no fueron las aventuras interestelares, ni los extravagantes personajes: fue el teletransportador. ¿Cómo no emocionarse ante la idea de un futuro donde una invención maravillosa es capaz de llevarlo a uno de aquí para allá sin tener necesidad de utilizar vehículo alguno?


*Cualquier libro menos Todos los fuegos el fuego, de Cortázar. Leer el cuento Autopista del Sur en medio de un embotellamiento no es precisamente alentador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Apoyo lo del teletransportador, esto sigue siendo genial.

Por si no los han leído:

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