jueves, 29 de octubre de 2009

Sinvergüenzas


(foto: Uno Momento Fotografía)

Hoy vamos a hablar de una de esas lamentables desigualdades que imperan en la sociedad. Es algo de lo cual a unos les ha tocado tener bastante, a otros no tanto y a algunos más no les ha tocado tener ni pizca. Y es una lástima, porque si algo necesita todo ser humano, es una buena dosis de pudor.

El pudor es tan antiguo como el mundo. Se originó cuando Adán y Eva concluyeron que no estaba bien eso de andar por aquí y por allá con todo a la vista y se proveyeron de hojas de higuera estratégicamente colocadas. Es gracias a eso que los sastres, costureros, modistos, vendedores de ropa y la industria textil en general pueden ganarse el pan. Como ven, el pudor es bueno.

Por supuesto, tampoco se trata de exagerar la nota, tal y como lo hacen los tradicionalistas que enfundan a sus mujeres en yardas y más yardas de ropa, negándoles el sagrado derecho que asiste a las damas de buen parecer de mostrar al público el resultado de las horas de gimnasio y de los sacrificios alimenticios. En esos casos, las únicas beneficiadas son las mujeres de semblante poco apetecible, pues al no poder ser distinguidas de las bonitas o esculturales, no se ven discriminadas en forma alguna.

En lo que todos estamos de acuerdo es que si el pudor fuera equitativo, la gente lo pensaría dos veces antes de convertir postes, puertas, y paredes en letrinas improvisadas, lo cual haría maravillas por el ornato de la ciudad. También aliviaría a los citadinos de la necesidad de tener la vista fija en el suelo al caminar.

Asimismo, si el pudor fuera más predominante, tendríamos muchas menos oportunidades de ser testigos involuntarios de chocantes escenas de besuqueos fogosos en la vía pública. Algo originalmente propio de la clase trabajadora, este tipo de manifestaciones amorosas ha trascendido las barreras sociales y ha sido visto con creciente frecuencia en discotecas, bares, restaurantes, centros comerciales, centros educativos y un sin fin de lugares más. Todavía no se ha visto este tipo de ardorosas muestras de afecto en iglesias y seminarios, pero a como va la cosa, poco falta.

Este fenómeno probablemente obedece a que en estos tiempos de crisis, los precios en general se han disparado, lo cual seguramente ha incrementado el precio de los moteles de paso, tradicional refugio de los amantes deseosos de dar rienda suelta a sus pasiones de forma discreta. Forzados por la economía, los enamorados hacen de lado sus tapujos y llevan su amor a las calles, provocando la vergüenza ajena.

La única solución verdadera para esta falta generalizada de pudor es una campaña educativa nacional, pero algo así toma tiempo y recursos, y los efectos tal vez no se vean sino hasta dentro de una generación. Para mientras, hay que buscar opciones paliativas para el aquí y ahora. Así como se han instalado mingitorios y baños públicos, probablemente sea necesario un subsidio a la industria de autohoteles, para que reduzcan sus cuotas y las hagan accesibles a los clientes de todos los estratos sociales, dándoles así un lugar seguro donde realizar sus arrumacos, lejos de las miradas de los ciudadanos moralmente sensibles. Ojos que no ven, pudor que no siente.

4 comentarios:

Prado dijo...

sos un totalitario. me llega.

Macksim R. dijo...

Estoy de acuerdo. Las manifestaciones públicas de afecto están sobrevaloradas. Y para mí que deberían ser ilegales.

Mr_Jules_Valley dijo...

Jajajajajaja, hoy si me has hecho reír. La relación con la crisis esta genial.

Lafán dijo...

Y para más inri, los orinones (que pueden ser desde basureros hasta abogados) te ven con ojos desafiantes o de extrañeza cuando te atrevés a gritarles que no lo hagan en el poste colocado enfrente de tu casa. Pero has puesto el dedo en la llaga:las cosas íntimas ya no lo son porque nadie parece saber qué quiere decir "intimidad"...

Por si no los han leído:

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