jueves, 14 de enero de 2010

Amor y destrucción


(Foto: Ryan McVay)

Mucho se ha culpado a las películas, los videojuegos y a los libros de historietas de torcer las mentes de la juventud. Pero la realidad es que el daño acontece mucho antes. Hoy hablaremos de un rito en el que participan inocentemente millones de niños cada año, sin saber que esta actividad llena sus tiernas mentes de traumas psicológicos que se encargarán de hacerlos infelices y miserables por el resto de sus vidas. Hablemos, pues, de las piñatas.

El concepto de crear un artefacto específicamente para ser destruido por los niños y de esa forma canalizar su violencia inherente, es algo muy antiguo. Pero esto no empezó a ser perjudicial sino hasta que los piñateros decidieron elaborar efigies de papel maché de los personajes favoritos de los niños. Para ilustrar el efecto que dichas artesanías causan en la población infantil, procederemos con el siguiente ejemplo:

Imaginemos a un niño común y corriente. Tiene 4 años, y es un fanático obsesivo de un personaje al cual llamaremos Capitán Superhéroe. El infante posee todas las películas, juguetes y mercadería posible con la imagen de su ídolo. Naturalmente, cuando llega su cumpleaños, toda la decoración de su fiesta es del Capitán: los globos, los manteles, las servilletas, los platos, los vasos, el pastel. Inclusive los obsequios para los invitados están empacados en bolsas con la cara del Superhéroe. En el centro de todo, este niño puede ver una representación piñatesca de metro y medio de alto del Capitán, Emocionado, corre a abrazar a su ídolo. Es el mejor día de su vida.

Después de jugar un rato con sus amigos, el niño es llamado por sus padres, quienes le ponen en las manos un palo de madera y le vendan los ojos. Luego le hacen girar y le dicen que empiece a dar golpes a ciegas. Obedece, hasta que siente que su vara ha hecho contacto con algo firme. Los gritos de la multitud le animan a que continúe. Después de dar un par de buenos golpes, le retiran la venda, y el infante descubre ante sí la efigie de su héroe favorito, colgando frente a él, con el rostro destrozado por los golpes él le que acaba de dar. El niño está horrorizado. ¿Cómo pudieron sus padres permitir esto?

Pero aun falta lo peor. Rápidamente le quitan el palo de las manos para que los otros invitados puedan continuar con el linchamiento progresivo del Capitán. El niño desea que se detengan, pero la impresión es tan grande que no puede llorar ni gritar. Tan solo contempla impávido cómo su héroe es masacrado frente a sus ojos. Finalmente una niña le da un golpe en la ingle al Capitán, de donde salen cientos de confites, sobre los cuales se abalanzan niños y grandes por igual. El niño está en estado de shock cuando recibe una bolsa de plástico y se le empuja a recoger dulces como los demás. Como un autómata, reúne bombones hasta llenar la bolsa. Momentos después observa a su padre colocar el cadáver destrozado y eviscerado de su superhéroe predilecto en un recipiente de basura.

Mas tarde, el niño trata de comprender lo que pasó ese día. Su ídolo tan querido, destrozado por sus propias manos. Y a cambio, suficientes dulces como para un mes entero. Él no lo sabe, pero esa combinación de dolor y placer está forjando una conexión mental insospechada.

Y es que a partir de ese día, ese niño será víctima de ciclos inacabables de atracción, ansiedad, obsesión y destrucción. No volverá a tener un héroe al cual no le hurgue desesperadamente su vida buscando debilidades o flaquezas. Y no estará satisfecho hasta que las encuentre. Y cuando las encuentre, gozará indescriptiblemente viendo a su ídolo caer hecho pedazos. Nunca olvidará la lección que aprendió ese día tan lejano: que reventar a los héroes es delicioso.

7 comentarios:

Zapato Rojo dijo...

Las piñatas siempre han tenido un fuerte impacto en la cultura. Hace cientos de años, sirvieron de instrumentos de conversión para los religiosos españoles.

Sus piñatas tenían siete picos, que simbolizaban los siete pecados capitales. La venda en los ojos representaba a la fe, y el palo simbolizaba la virtud con la cual se vence a la tentación.

Temibles artefactos, en realidad.

Mariana Stallen-Krug dijo...

Lo que no me gusta de las piñatas es su violencia. En Puerto Rico las piñatas se cuelgan del techo, y nadie las toca. Antes de servir el pastel, se le dice a los niños que se pongan debajo de la piñata. Cuando ya están todos reunidos, cuatro personas jalan unos cordones y la piñata se abre, dejando caer una lluvia de dulces sobre los niños.

Creo que si se extendiera más este uso, podrían evitarse traumas como los que se mencionan en este articulo.

Manatí Atómico dijo...

Con trepidación espero el momento cuando las piñatas se cansen de recibir palos, y empiecen a repartirlos. Y cuando suceda, ¿podremos detenerlas?

Fabrizio Rivera dijo...

jajaj... excelente analisis, ahora comprendo en parte porque tanta linchadera!

Feliz cumple! toma tu merecido! ahora te toca a vos!

Natalia Hassell dijo...

"Atracción, ansiedad, obsesión y destrucción": me recuerda a un tipo con el que estuve un tiempo.

Durante mucho tiempo lo resentí, pero ahora comprendo que el pobre hombre seguramente fue a demasiadas fiestas de cumpleaños cuando era niño.

Macksim R. dijo...

Estoy de acuerdo: las piñatas no son otra cosa más que ayudas de cátedra para la enseñanza del linchamiento como expresión cultural.

Prado dijo...

La Moraleja es que al final el héroe es el palo.

Por si no los han leído:

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