lunes, 11 de enero de 2010

Menos es más


(Foto: Yuji Sakai)

Recientemente di sepultura a mi antiguo celular. Su chip ya va camino a Corea a conocer a su creador. Por esta circunstancia, me vi obligado a buscar un reemplazo. Lejos estaba yo de imaginar que mi búsqueda iba a redituarme unas lecciones en simplicidad al estilo zen.

Desde mis inicios en el uso de celulares, me adscribí al régimen de telefonía prepagada. Siempre me pareció una forma magnífica de administrar mis gastos. Pero finalmente me cansé de quedarme sin saldo en los momentos cuando el celular me era más necesario. Y aunque la cobertura de mi empresa no es la peor de todas, definitivamente podría ser mucho mejor. Así que decidí adquirir un plan de telefonía con otra empresa. Presenté la papelería necesaria, elegí un modelo de teléfono muy elegante y me dispuse a esperar a que aprobaran mi solicitud, lo cual –me dijeron-tomaría un par de días.

Para no quedarme incomunicado mientras tanto, acudí a conseguir un celular de repuesto. La dependiente me mostró la variedad de teléfonos que tenía a mi disposición. Sin dudar, elegí el aparato más barato, pues no tenía sentido gastar mucho en un aparato que casi no iba a usar. Después de media hora de trámite, salí con mi teléfono en su cajita.

Ya en casa, empecé a examinar el aparato detenidamente. A diferencia de los teléfonos de moda, éste no tenía ni WiFi, ni Bluetooth, ni modo alguno de transferir datos. Su menuda pantalla no estaba diseñada para ver correos electrónicos, lo cual me pareció lógico, pues el aparato no tenía capacidad de acceder a Internet. Como no tenía cámara, no podía tomar ni fotos ni video. No tenía teclado QWERTY: tan sólo las 12 teclas alfanuméricas que tiene cualquier teléfono. El aparato no tenía capacidad para reproducir archivos MP3 ni MP4, ni nada. Tan sólo servía para realizar llamadas y recibirlas.

En cambio, el otro celular era todo lo opuesto. Moderno y sofisticado, contaría con todos los adminículos antes mencionados y muchos otros más que faltaron de mencionar. Con él, podría tomar fotos y videos tan buenos que la gente no me dejaría sentarme ni un momento en las fiestas para que realizara actividades de documentalista. Con su pantalla sensible al tacto haría maravillas, aunque tendría que comprar un estuche especial y tener mucho cuidado para evitar rayarla. Tendría acceso a Internet, lo que querría decir que nunca me saldría de Facebook o de Twitter. Podría enviar y recibir correos electrónicos, así que no volvería a estar desconectado, nunca más.

Realmente, eran celulares totalmente opuestos. Uno me haría un esclavo de mis obsesiones mientras que el otro haría ser libre.

Sin pensarlo más, tomé las llaves del auto y salí a la calle. Con suerte, podría cancelar mi contrato antes de que cerraran la tienda.

7 comentarios:

Unknown dijo...

daaaaahh!!!! me sorprendes XD, vos eslcavo de la tecnología! O8
¿Quien lo diría? ¡Suerte con el nuevo juguete!

/ johnatanmoran dijo...

Ser libre, es tener la capacidad de tomar tus propias decisiones, pero estas pequeñas acciones son las que nos recuerdan que tan dispuestos a librarnos de nosotros mismos estamos. XD

Ché Ché Ché dijo...

A veces pareciera que las empresas primero se preocupan de ver que cosas le meten a un celular: cámaras, conexiones inalámbricas, etc.

Lo único de lo que no se preocupan es de crear un buen celular, que de veras sirva para hablar.

Michelle Rand dijo...

Los celulares que hacen de todo está pasados de moda.

Lo nuevo: TELÉFONOS FIJOS!!

http://www.youtube.com/watch?v=XIPBA6uB-zw

Macksim R. dijo...

Yo creo sinceramente que andar seleccionando un teléfono asi todo primitivo es como negar los méritos de la tecnología. Por que no abandonar el fuego, entonces? O la rueda?

Gabriela Cassini dijo...

Como se ve que te sobran celulares, harías bien en convidarme alguno, pues el mío también ya está al borde del colapso...

Idette Landa dijo...

Y bueno? Lograste llegar a tiempo? Te salvaste de la esclavitud?

Por si no los han leído:

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