sábado, 27 de febrero de 2010

Momentos insignes

 (Foto: Car Culture)

Con un poco de nerviosismo, observo como la broca penetra en el plástico, a tan sólo unos centímetros de mi índice y mi pulgar. Instintivamente, empiezo a retirar los dedos de la pieza que sostengo, pero la voz de don Martín me detiene: “Por favor no se mueva tanto joven, que si se me desvía la herramienta, ya nos llevó la fregada.”

Todo se inició un par de semanas atrás, cuando al acercarme a donde tenía parqueado el vehículo, noté que la insignia frontal estaba colgando únicamente de un soporte. Unos malhechores habían tratado de arrancarme el emblema, pero sin éxito, tal vez por falta de experiencia. Sin embargo, el daño estaba hecho: bastaba un tirón para llevarse la pieza. Con cuidado, la desmonté y la guardé.

Poner de vuelta la insignia tenía sus dificultades. Lo más sencillo era reinstalarlo utilizando adhesivo, pero lo mas probable era que quienes habían fracasado al intentar removerlo la primera vez, fueran exitosos la segunda vez. Necesitaba que la reinstalación fuera hecha incluyendo un elemento de disuasión. No había alternativa: tendría que remachar la insignia.

Eso me trajo con don Martín, uno de los pocos artesanos del ramo que todavía quedan, y quien día con día se encarga de fijar permanentemente los preciosos pedazos de plástico brillante a la carrocería de vehículos de toda marca y manufactura. La idea de ponerle remaches a un emblema es estéticamente aberrante. Los fabricantes de automóviles gastan millones en desarrollar sus marcas e insignias, y difícilmente considerarían como una mejoría la adición de sujetadores de metal a sus logotipos.

Pero como dije antes, no hay otra opción, pues los mismos remaches que afean a las insignias, las hacen inapetecibles a los amigos de lo ajeno. Y por ello don Martín tiene clientes de sobra. Pero esto no es sin incidentes. Una vez un tipo llegó a buscarlo para exigirle que le pagara un tremendo rayón que le habían hecho al tratar de remachar unos logos a la carrocería de su flamante Mercedes nuevo. Don Martín se defendió insistiendo que él no había sido quien le había puesto los remaches. El otro al fin desistió de tratar de cobrarle, pero salió echándole mil maldiciones y jurando y perjurando que nunca en la vida iba a llevarle otro carro a remachar. Pero al mes después estaba de vuelta, trayéndole el auto recién reparado. Al fin y al cabo, había que asegurar las insignias.

Mientras tapiza mis emblemas de remaches, don Martín me regala con más anécdotas.  

“La gente a veces me pregunta por qué nunca estoy enojado, que por qué siempre ando alegre, y yo les digo que es porque fui payaso. Y es verdad. Fui payaso en dos circos en México durante un tiempo.”  Al verlo riendo alegremente mientras colocaba remache tras remache, es fácil imaginarlo entreteniendo a una multitud bajo una carpa en tierras muy lejanas.

“Es importante tener los insignias colocadas en los carros”, afirma don Martín, al terminar su trabajo. “Porque, ¿sabe cómo se miraba su carro sin su insignia? ¡Así!”, exclama, a tiempo que me sonríe con una dentadura carente de incisivos superiores e inferiores. Y de esa forma, el remachador-payaso logra que otro cliente suelte la carcajada.

2 comentarios:

Geraldina Furlán dijo...

Ese don Martín... ¡sholco!

Susana Volta dijo...

Vaya que no te tocó comprar uno, pero me imagino que si hubiera sido necesario, estoy segura que don Martín hubiera podido echarte una mano con eso también...

Por si no los han leído:

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