domingo, 4 de abril de 2010

Paradisíaca desolación

(Foto: Frank Schwere)

Todos tenemos un momento cinematográfico favorito. Para algunas personas es cuando derrotan al villano o cuando los protagonistas se funden en un apasionado ósculo. Para mí es cuando el protagonista deambula solitario por una ciudad abandonada. En mi opinión, lo único más bello que ver ese momento en el cine, es vivirlo en la vida real.

Afortunadamente, para gozar de una ciudad vacía no es necesario esperar a que haya una invasión extraterrestre, una epidemia, o alguna catástrofe natural. Tan sólo hay que esperar un fin de semana largo. En estas oportunidades, el grueso de la población deja la ciudad en pos de verdes campos, soleadas playas y templadas montañas. Mis condolencias por quienes así hacen, porque no saben lo que se pierden.

Las ventajas de una ciudad vacía son enormes. Precisamente uno de los problemas más grandes de las urbes es la sobrepoblación, que desencadena otros inconvenientes a su vez, como aglomeración, embotellamientos y mil cosas más. Cuando la gente se va, el tránsito se vuelve increíblemente expedito, permitiendo llegar de punta a punta de la metrópoli en minutos, no horas. En vez de perder tiempo dando vueltas y más vueltas a la manzana para encontrar un lugar libre donde aparcar, al conductor le esperan numerosos lugares tentadoramente vacíos y próximos.

Ir a un centro comercial es casi una experiencia surrealista. Nada de tropezar con la gente en los pasillos o tiendas atestadas. Al contrario, los vendedores casi se arrojan sobre los clientes con tal de que les compren algo. La mismo pasa en panaderías, restaurantes y cafeterías. La desesperación del empresario puede ser la bendición del consumidor.

Las calles sin gente invitan a pasear tranquilamente por ellas, experimentando la preciosa soledad, imposible en cualquier otro momento. El silencio es absoluto, y puedo oirse el viento mientras pasa por las calles vacías. La ciudad, en su desolación, se vuelve acogedora y cómoda para quienes saben disfrutarla.

Pero de lo bueno, poco. Las maravillas de una ciudad vacía tan sólo se pueden experimentar en feriados breves, no mayores de tres días. Cuando el éxodo poblacional es más largo, los dueños de negocios deciden que no vale la pena abrir. Esto hace que encontrar un buen lugar donde comer se vuelva complicado. Y si ustedes necesitan comprar enseres de alguna ferretería, les deseo buena suerte. En esos caso, no queda otra que esperar a que gente vuelva y nuestro paraíso de soledad se convierta en la ciudad aglomerada de siempre.

4 comentarios:

Prado dijo...

Yo fantaseo con que ese día desolado, los animales del zoológico salgan libres a correr. Como en Twelve Monkeys.

Maria Denisse dijo...

Me encanta, y tenés toda la razón. Para un fin de semana largo, creo que fue del 15 de agosto, de hace como 7 años, la ciudad estaba desolada. Perfecta para un proyecto en el que estaba trabajando de tomarle fotos a las "esculturas" de la reforma. La única posibilidad de poder tomar fotos sin miles de carros pasando!!!!
Estoy totalmente de acuerdo que es una experiencia inigualable.

Jennifer Benitez dijo...

Quien dijo que lo mejor de una ciudad son sus gentes?? Definitivamente un iluso.

Gabriela Cassini dijo...

Las ciudades vacías hasta son más seguras, porque muchas veces en ese éxodo poblacional se va una buena parte de los ladrones. Ellos también vacacionan, no sabían ustedes?

Por si no los han leído:

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