viernes, 2 de abril de 2010

Salvado por la tirana

(Foto: Piotr Powietrzynski)

Luego de esperar más de cuarenta minutos sentado en la sala a que la damita de sus amores terminara de peinarse, Leandro decidió caminar un poco para estirar las piernas. Se aventuró por la puerta abierta del estudio. Y encontró a Graciela, dormida frente al televisor. Con mucho esfuerzo, Leandro reprimió los deseos de asfixiarla con una almohada.

Ya hacía tiempo que Leandro había resuelto que sus visitas a esa casa eran muchísimo más placenteras cuando Graciela no estaba presente. De toda la familia, ella era a la única a quien no podía aguantar.

Por supuesto, él se había cuidado de externar ese sentimiento, pues bien sabía que en esa casa Graciela era el verdadero poder detrás del trono. Ella estaba consciente de su posición y blandía su voluntad como un garrote, haciendo que todos sus caprichos fueran concedidos al instante. Y ¡ay de aquel que cayera en su desgracia! Una multitud de empleadas había desfilado por esa casa hasta que al fin se quedaron con una que no sabía barrer, trapear ni planchar, pero como se había ganado el aval de Graciela, eso era más que suficiente.

Las historias del despotismo de Graciela sobraban. El señor de la casa había tenido un sillón predilecto hasta que Graciela decidió que era el lugar perfecto para ver televisión. De nada le sirvió al pobre hombre haber pasado varias semanas escogiendo el mueble, pues al final, tuvo que cederlo.

Al no ser ni empleado ni familiar de Graciela, Leandro había gozado de una cierta inmunidad hasta ese momento. Pero esto acabaría si él continuaba cortejando a la damita de la casa. A pesar de las consecuencias, él no estaba dispuesto a subyugarse. Si Graciela se metía con él, estaba dispuesto a decirle las verdades en la cara. Hasta le diría lo que en realidad pensaba de sus atuendos, tan chillones y tan poco apropiados para su edad.

Pero ahora que tenía a Graciela frente a él, se le ocurrió que tal vez ella no era la mala de la historia. Ella tan sólo era lo que le habían permitido ser. Si era una tiranuela, se debía a que los señores de la casa eran unos pusilánimes sin un concepto claro de la disciplina. Y si Graciela usaba atuendos horribles era porque en esa casa no les bastaba con ponerle nombres de persona a las mascotas, sino que además les ponían ropa. Si él insistía en seguir visitando esa casa, llegaría a ser igual a ellos, rindiendole pleitesía a una Chihuahua color beige. Sin pensarlo más, Leandro giró sobre sus talones y salió de la casa para no volver, no si antes agradecerle a Graciela por salvarlo de pertenecer a una familia ridícula.

2 comentarios:

Unknown dijo...

quee????? jajajajajajaja me tuviste absorta leyendo para no encontrar el cliché de un final feliz en el que Leandro saca a la damisela de la casa para hacerla parte de su vida!! este articulo esta bueno XD me gustó mucho!!!

monikgtr dijo...

Primero pensé en la hermana, luego en una gata, pero lo de la ropa... ha! indiscutiblemente tenía que ser una perrita! haha :P

Por si no los han leído:

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