martes, 9 de febrero de 2010

La convidada impertinente


Sé que me visitará en unas minutos, y nada puedo hacer para evitarlo. Es sencillamente detestable, pues acapara horas y horas de mi tiempo cada vez que se presenta. Desfachatada como ella sola, entrará sin pedir permiso y se instalará a sus anchas por el tiempo que desee. De nada me sirve esconderme, pues ella siempre tiene el tino justo para hallarme, dondequiera que me oculte. Se vea como se vea, es un dolor de cabeza.

Aunque la migraña es un padecimiento predominantemente femenino, yo gozo de la dudosa distinción de contarme entre sus damnificados masculinos. Algunos desdichados las padecen varias veces a la semana, mientras que otros malditos afortunados las experimentan una o dos veces en la vida. Situado bien lejos de los extremos, tiendo a sufrirlas un par de veces al mes, más o menos.

A pesar de ser un martirio, la migraña al menos tiene buenos modales y siempre avisa antes de asomarse. En mi caso, empieza con rigidez en un lado del cuello y una cierta distorsión visual en un ojo, como una mancha borrosa que se extiende poco a poco. A este estado previo se le conoce como aura, y es el momento perfecto para cancelar los planes para el resto del día, aprovisionarse de analgésicos y buscar un lugar fresco y poco iluminado donde quedarse por un par de horas. Con suerte, el descanso es suficiente para aplacar la tormenta neuronal y todo pasa a la historia sin novedad.

La última vez, sin embargo, el arribo de la migraña coincidió con un cierto malestar estomacal pronunciado, lo que me hizo tomar la difícil decisión de abstenerme de ingerir medicamentos para no agravar al sufrido tracto digestivo. Conforme la migraña pasó la etapa del aura y comenzó la etapa de dolor, comencé a dudar de la sabiduría de mi medida.

A diferencia de un dolor de cabeza normal, una migraña ataca un solo lado del cráneo. Pero lo que adolece en cobertura, le sobra en firmeza. El suplicio es focalizado, pulsante y progresivo. En esta oportunidad, mi ojo se unió a la fiesta, trayendo consigo un dolor similar al que produciría un tacón de mujer hundiéndose lentamente en mi cuenca ocular.

Después de resistir heroicamente el embate por casi cinco minutos, decidí revertir mi anterior decisión y procedí a ingerir los analgésicos más poderosos producidos por la industria farmacéutica. Esta decisión tendría consecuencias gástricas, lo sabía, pero ya encontraría la forma de reconciliarme con mi estómago más tarde. Por el momento, lo importante era buscar un lugar oscuro donde pudiera desplomarme y esperar a que la migraña se regresara a su casa.

5 comentarios:

Monica Salaberria dijo...

Yo tampoco la aguanto.

Por cierto, estaba viendo que este es tu post número 69. No se si eso tiene alguna relevancia, pero pensé que valía la pena mencionarlo.

Sil Velasco dijo...

Ahora ya sabes por qué es mejor dejar las migrañas a las mujeres.

Claudia de Oliveira dijo...

Hombres! Ya quisiera verlos con el PMS cada mes!!

Lafán dijo...

De ciertas pláticas con otros sufrientes he sabido que algunos se alivian yendo al gimnasio, a sacar allí tensiones a la par que sudor. Si sirve este consejo, ¡enhorabuena! Así, por lo menos, no habrá consecuencias gástricas por los medicamentos.

Idette Landa dijo...

Acabo de enterarme que hay comunidades de apoyo para los que padecemos jaquecas. Aquí está el link:

Tengo migrañas

Mal de muchos...?

Por si no los han leído:

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