domingo, 21 de febrero de 2010

Valiosa integridad

(Foto: Dimitri Vervitsiotis)

Levanté la vista del artículo y me llevé las manos a la cara, al mismo tiempo que abría y cerraba la boca una y otra vez. A pesar de que una parte de mí sabía perfectamente que mi maxilar inferior se encontraba intacto, otra parte de mí necesitaba asegurarse de ello.

Probablemente necesite contarles un poco más sobre el artículo que estaba leyendo. El escrito versaba sobre Roger Ebert, quien fue uno de los más famosos críticos de cine en la televisión hasta que perdió su quijada a manos del cáncer hace unos años.

Las historias de personas que pierden partes de su cuerpo siempre provocan la misma reacción en mi persona: oleadas de ansiedad seguidas de obsesivas y compulsivas verificaciones de integridad corporal. Leer sobre la amputación auditiva que el apóstol Pedro le hizo a un guardia invariablemente hace que me pase frotando la oreja media hora. Ver imágenes de Michael Jackson en la fase final de su metamorfosis siempre me ocasiona palpaciones nasales nerviosas. Y ni les cuento lo que me sucede cuando alguien menciona la historia de John Bobbit.

Esta angustia por la mutilación es parte de todos, si bien algunos lo expresamos de forma más vívida. Aunque nunca falta quien diga que la apariencia externa no es lo importante, la realidad es que por muy cautivante que sea una persona, si le falta un pie, una mano u media cara, la gente no va a dejar de fijarse.

Ebert lo sabe, y a pesar de que no puede hablar, comer o beber, sigue trabajando. Sus dedos hablan por él. Escribe notas a mano y les da énfasis con señas y gestos manuales. También usa su computadora para comunicarse por medio de un programa que convierte sus textos a voz, concediéndole así una expresión más o menos oral, si bien robótica. A resultas de su incidente, su talento como escritor ha resurgido, por medio de su blog, que es la forma en la que mejor se expresa, con una voz que todavía es suya.

En este mundo cruel y agreste, todos necesitamos más historias de supervivencia y valor ante la adversidad como las de Ebert, aun cuando algunos tengamos que leerlas con las manos sujetas fuertemente al rostro.

2 comentarios:

Rafael Sans dijo...

Yo creo que perder una extremidad no es tan dramático como perder una parte del rostro.

El rostro, despues de todo es nuestra tarjeta de identidad, y cualquier cosa que la altere impacta profundamente en nuestra vida.

Michelle Rand dijo...

A mi me pasa casi lo mismo, pero cuando veo películas de gente paralítica. Me obsesiono.

Cuando vi la peli de El Mar Adentro, con Javier Bardem, te juro que tuve que brincar como loca como cinco minutos para comprobar que todavía puedo moverme.

Por si no los han leído:

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