jueves, 25 de febrero de 2010

Recintos de evacuación

 (Foto: Matthew Zucker)


Debido a que son áreas tan importantes en nuestras vidas, todos procuramos contar con un baño a una distancia prudencial de donde estemos. Esto nunca es problema cuando nos encontramos dentro de los confines de nuestro hogar, ya que los sanitarios caseros por lo general se mantienen impecablemente limpios. El problema comienza cuando la naturaleza hace su llamado en sitios como mercados, talleres, estaciones de autobuses, gasolineras, etc. En esos casos es preferible buscar el arbusto más cercano, pero cuando no lo hay, nos vemos forzados a incursionar en las instalaciones más insalubres, escalofriantes y angustiosas del mundo conocido: los baños públicos.

Quien se adentra en uno de estos lugares por lo general sigue la misma rutina. Antes de entrar, se empieza a respirar por la boca, para no inhalar la nauseabunda y densa atmósfera. También se procura mantenerse apartado de las paredes y de los otros usuarios. Es en momentos como estos que se desea poseer poderes de levitación y telequinesis para mover todo con la mente y no tener que tocar absolutamente nada, ni siquiera el piso.

Aunque los baños públicos de damas no son un primor precisamente, por lo general se encuentran mucho más limpios que los baños de los caballeros. La razón de ello es que los baños femeninos no tienen ese artefacto tan masculino llamado urinal. Y es que el uso correcto del mingitorio requiere de una puntería que muchos hombres no poseen ni les interesa tener. También es verdad que algunos sociópatas fallan a propósito. Lo cierto es que paredes, pisos y usuarios del baño se ven salpicados mucho más de lo necesario.

Pero hacer aguas en un urinal no es nada comparado con el uso de un retrete público. Este es un horror capaz de hacer llorar al más pintado. Primero, hay que arremangarse la vestimenta pero teniendo cuidado que no toque el piso en ningún momento. Luego el desafío consiste en usar el inodoro sin tocar el asiento donde cientos de miles de personas han reposado su humanidad. Las damas, obligadas a lidiar con este problema diariamente, han desarrollado ingeniosas técnicas como sujetarse firmemente de las paredes para usar el baño suspendidas en el aire o bien forrar el asiento con varias capas de papel de baño. Esta es una muy buena solución, si es que hay papel higiénico. Al terminar, es preciso jalar la cadena sin usar las manos, lo que requiere de una serie de malabarismos muy exactos para no parar metiendo el zapato en la taza.

Finalmente, llega el momento de lavarse las manos. Si se tiene suerte, uno de los lavabos funcionará, pero entonces es probable que no haya jabón. Y si hubiere jabón, entonces no habrá agua. Y si hubiera agua y jabón, entonces no habrán toallas de papel ni funcionará el secador de manos. Es la ley de la vida.

Por estas y otras razones demasiado horripilantes para contarlas, no es de extrañar que algunas personas hayan optado por evadir la penosa experiencia sanitaria comiendo y bebiendo muy poco durante sus salidas. Otros más drásticos han elegido ejercer una tiránica represión sobre sus sistemas intestinales y urinarios mientras se encuentran fuera de casa, negándose a buscar alivio en otro baño que no sea el propio. Los cólicos que tales compresiones producen son sumamente incómodos, desde luego, pero mucho menos que tener que usar un baño público.

1 comentario:

Gabriela Cassini dijo...

Y eos que no mencionaste cuando hay demasiada gente y te toca esperar en ese lugar tan asqueroso.

Por si no los han leído:

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