martes, 23 de marzo de 2010

Morir de pie

(Foto: Michael Chrisman)

Formidables camiones colmados de tierra parten a un destino desconocido, dejando atrás nubes de polvo y un gigantesco orificio en el suelo que se acrecienta y se ahonda con cada día que pasa. ¿Estarán buscando tesoros escondidos? ¿O acaso los huesos de algún dinosaurio? ¿Será que quieren comerciar con la China sin tener que usar barco? Nada de eso. Lo que pasa es que quieren llegar muy alto, pero para eso hay que empezar muy abajo.

Pareciera que cada día se inicia la construcción de un edificio. Cientos de obreros trabajan con maquinaria pesada para abrir tremendos boquetes y preparar la tierra para que de ella brote otro leviatán de acero, vidrio y concreto. Otro más.

Para nadie es secreto que durante los últimos cincuenta años, la metrópoli se ha visto poblada por un número cada vez mayor de inmuebles verticales. Progresivamente el perfil de la ciudad ha pasado de ser plano a espinado. Los edificios están por todas partes y los hay para todo propósito: para trabajar o para vivir; para usos del Estado o para servirle a los empresarios. Los hay de todos los colores y de todos los estilos. Los hay muy coquetos y los hay espeluznantes.

Pero lo que no todo el mundo sabe es que todos los edificios de este país comparten una característica. Todos y cada uno, son para siempre.

A diferencia de otros países, donde los edificios que pasan de su fecha de expiración desaparecen en una nube de polvo y dinamita, aquí es impensable realizar una demolición controlada. Y no porque se tenga una conciencia de conservación del patrimonio arquitectónico: sencillamente resulta más económico comprar otro terreno y construir un rascacielos nuevo. Y es así como la ciudad se extiende horizontalmente, llenándose de edificios nuevos por todos lados mientras las propiedades de un piso desaparecen a un ritmo trepidante.

Y es por lo mismo que la ciudad incrementa su colección de construcciones recargadas de años, con elevadores descompuestos, pisos arruinados y fachadas en descomposición. Casi dan ganas de suceda alguna catástrofe apocalíptica para limpiar el panorama de todos los vejestorios inservibles.

Pero desear que se detenga la construcción de edificios tal vez sea un error. Tal vez lo que esta ciudad necesita es lo contrario: muchos más edificios. Cientos. Miles. Todos construidos lo más junto posible, y a la misma altura. Así, eventualmente se podrán unir las terrazas de todos para luego pavimentar encima, creando una meseta artificial ubicada a decenas de metros del suelo. Y en esta meseta, se podría sembrar césped y plantar árboles. Y así, la ciudad podría empezar de nuevo.

2 comentarios:

Prado dijo...

el cierre es genial. sos un genio.

Tessa Montessori dijo...

El otro día leí que Chicago piensa hacer algo como esto. Como ellos ya se quedaron sin espacio para crecer, van a cavar cientos de metros hacia abajo para crear una ciudad subterránea.

Por si no los han leído:

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