miércoles, 3 de marzo de 2010

Requisas hematológicas

(Foto: Jenni Holma)

Él contempló los papeles que sostenía en sus manos. Debía haberlos estudiado detenidamente antes de presentarse al examen, pero no había pasado de darles una lectura superficial. Distraído en estas cavilaciones, no oyó cuando lo llamaron. Fue hasta que dijeron su nombre por segunda vez que reaccionó. Él suspiró y se puso de pie. No había entrado al examen y ya sabía que ese día iba a correr la sangre.

Este era tan sólo el más reciente capítulo de la enfermiza saga que se había iniciado dos meses atrás con un catarro inocente y que más tarde se había convertido en un malicioso broncoespasmo con una buena dosis de rinitis. Aparte de recetarle variados remedios, el doctor le había ordenado realizarse dos exámenes de laboratorio.

La primera prueba, un examen de sangre, requería un ayuno previo de 14 horas. Eso dio al traste con sus planes de asistir a una cena con amigos. Ayunar era una cosa. Ayunar rodeado de suculentas viandas, era muy otra. Aparte, conocía a sus amigos, y ya sabía los intercambios que iban a producirse:

-¿Por que no comes? ¿Acaso estás a dieta? No te preocupes, los aperitivos son bajos en calorías, te lo aseguro.
-No estoy a dieta, tan sólo tengo que hacerme un examen de sangre mañana.
-Un examen? Estás enfermo?
-No creo estarlo. Pero mi doctor me lo ordenó.
-¡Que mal! Bueno, al menos tómate un trago.
-Gracias, pero paso.
-¿Que pasa, ahora eres AA? Disculpa, no sabía. ¡Que desconsiderado de mi parte ofrecerte licor!
-No, pero como te dije, tengo que hacerme un examen, y…
-¡Ay, no!, ¿En serio no estás enfermo? ¡Dinos la verdad! ¿Cuanto meses te quedan?
-…

Prefirió quedarse en casa.

Al dia siguiente, mientras le masajeaban el brazo para hallarle la vena, él pudo percibir a sus víceras protestando a coro por el ayuno. Paciencia, mis niñas. Ya nos hartaremos, ya verán. La expresión confundida de la laboratorista le hizo ver que había dicho la frase anterior en voz alta. Silencio incómodo.

La remoción de sangre procedió sin novedad. Mientras caminaba hacia la salida con un cuarto de onza menos de sangre en el cuerpo y un diminuto vendaje adhesivo sobre el área de la extracción, él se alegró de no ser como su amigo Braulio, un agujafóbico declarado, a quien la simple mención de la parábola del camello y la aguja bastaba para hacerlo entrar en convulsiones y ataques de pánico.

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Lecturas relacionadas: Grandes aspiraciones y Respiraciones irrestrictas.

1 comentario:

Carlos Vasconcelos dijo...

Yo no entiendo por que tenemos que sufrir las extracciones de sangre despiertos. Acaso la sangre cambia de calidad cuando estamos inconscientes?? En la entrada de todo laboratorio deberían tener a un tipo con un bate de béisbol listo para noquearlo a uno.

Por si no los han leído:

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