jueves, 25 de marzo de 2010

Palabras que matan

(Foto: Brad Wilson)

Un ser humano debe poseer una serie de habilidades para subsistir en el agreste mundo contemporáneo. La capacidad de soportar un trayecto en el transporte público es muy útil, por ejemplo. Contar con un estómago inmune a los alimentos preparados en condiciones antihigiénicas también es muy importante. Pero hay algo que es necesario para todo ser humano y que define sus posibilidades de éxito y supervivencia como individuo: el arte de sobrevivir ataques verbales.

Si bien hubo un tiempo cuando toda disputa era solventada a garrotazo limpio, esta contundente solución a los conflictos mostró ser poco práctica, pues moler a palos a alguien suele ser agotador. Además, limpiar y ordenar después de una reyerta armada tampoco es gracia y menos si es cosa de todos los días. Fue así como el uso de armas pasó a ser reservado para asuntos más serios como los líos pasionales y la disciplina de los hijos. En esa búsqueda de métodos de agresión menos escandalosos, el debate comenzó a cobrar popularidad como forma de lidiar con los opositores. Por supuesto, no pasó mucho tiempo antes de que el alegato fuera perfeccionado en un arma mucho más punzante que una daga y más venenosa que la cicuta.

Un ataque verbal efectivo inicia con la selección del contenido que se quiere transmitir. Este mensaje es calculado cuidadosamente para incidir de forma corrosiva en el psiquis del oponente. En esto ayuda cualquier conocimiento de sus problemas familiares, fracasos personales, aspiraciones frustradas, etc. Seguidamente, se formula el mensaje en un vocabulario preciso y demoledor, seleccionado de acuerdo al perfil demográfico, académico y geopolítico del contrincante. Un insulto dirigido a un universitario debe contener oscuras referencias, extrapolaciones, hipérboles y palabras sofisticadas. Una mofa dirigida hacia un conductor de autobús tan sólo debe incluir palabrotas.

La ejecución de un ataque verbal debe ser un acto rápido y decidido, por lo que no se recomienda a personas con antecedentes de desórdenes cardiacos, llanto fácil, tartamudez o tendencia a petrificarse sin decir palabra. El luchador verbal debe tener reflejos agudos, pues si el ataque inicial no es suficientemente efectivo, el oponente tendrá la oportunidad de responder con un contraataque, lo cual puede ser muy peligroso si no se está preparado para ello. Son ampliamente conocidos los casos donde ha salido trasquilado el que iba por lana.

Algunos han tratado de que el combate escrito, pariente pasivo-agresivo del combate verbal, logre preeminencia, sin éxito. Y es que aunque ambas formas de agresión utilizan el lenguaje como arma, en realidad, son cosas muy diferentes. Aunque el ataque escrito cuenta con sus propias ventajas, no cuenta con la rapidez de acción del ataque verbal. Además, el ataque escrito siempre precisa de algún instrumento (lápiz, pluma, computador) mientras que el combate verbal únicamente precisa de abrir la boca.

Para quienes resultan incapaces de entablar un ataque verbal o mucho menos responder a uno, les recomendamos concentrarse en desarrollar la valiosa habilidad de bloquear con la mente las agresivas andanadas de palabras, lo que evita que causen daño y permitie conservar la compostura en cualquier circunstancia. Algo ampliamente conocido como “A palabras necias, oídos sordos.”

1 comentario:

Elisa Abactani dijo...

Lo peor es que a uno se le ocurran las respuestas perfectas a las agresiones cuando éstas ya son totalmente inservibles.

Por si no los han leído:

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