miércoles, 17 de marzo de 2010

Instancias esculturales

(Foto: Romilly Lockyer)

Cerca de mí, una mujer se sentaba sobre una esfera con la mirada perdida, mientras una serpiente le rondaba los talones. No vi necesidad de alertarla de la presencia del ofidio. A fin de cuentas, éste era de mármol. Pero, aunque fuera auténtico, poco daño podría haberle hecho a la dama, ya que ella misma era de piedra.

La dama y el ofidio en cuestión pertenecían a una de la docena de esculturas que fueron creadas por una serie de artistas nacionales e internacionales durante el festival de escultura, a cuya clausura asistía yo en este momento. Los patrocinadores del evento -un banco, una televisora y una cantera- habían invertido una buena suma durante todo el certamen y ahora hacían otro tanto con este festejo. Personalidades del gobierno y de la escena cultural local se hallaban presentes, así como un enjambre de periodistas que procedían a documentar cada momento, desde decenas de ángulos diferentes.

Cerca de la silla desde donde yo presenciaba la clausura estaba posicionada una pantalla de 30 pulgadas, que reproducía los eventos que sucedían en el podio, ubicado a varios metros de distancia. El estar viendo televisados los mismos eventos que yo presenciaba no dejaba de tener un tinte irreal, pero no tanto como escuchar el tema de la película “La Pantera Rosa” ejecutado en marimba. No pude evitar imaginar cómo se miraría el inspector Clouseau vestido con traje indígena. Colorida imagen, la verdad.

La apertura del parque escultórico interrumpió mis cavilaciones. En estos eventos, hay dos tipos de personas: los que llegan por las obras de arte y los que dirigen resueltamente a la fila del buffet. Una mujer de edad madura se plantó a la par mía intentando repetidamente de entablar conversación conmigo para así colarse en la fila. Procuré ignorarla. Todos saben que la comida en estos eventos siempre se acaba rápido. Al final, la mujer logró colarse, pero como no lo hizo delante de mí, no me importó. Las viandas, elaboradas por un prestigioso hotel, eran tan sabrosas como minúsculas. Con un plato de dichos manjares en una mano y una copa de vino en la otra, me sentí listo para estudiar las obras.

Mientras me paseaba por entre las obras, me dolí profundamente de no haber traído mi cámara. Traté de remediar la situación tomando fotos con mi teléfono celular. Conseguí una encantadora serie de imágenes temblorosas, oscuras y desenfocadas. Guardé el celular y, luego de servirme otra copa de vino, me concentré en las estatuas.

Las esculturas eran impresionantes por su tamaño, pero no dejaba de intrigarme la relación que cualquiera de ellas podía tener con el tema del certamen: la patria inmortal. Lamenté mi falta de conocimientos escultóricos, pero mi ignorancia del tema dejó de preocuparme después de mi tercera copa de vino. Relajado, procedí a deambular sin rumbo por el lugar, rebautizando mentalmente cada escultura según su apariencia: Crucigrama de Rubik, Toalla Enrollada, Mueble Prefabricado, Torre de Dados, Silbato. Seguí en mi tarea de mi apropiación artística hasta que vi el reloj y decidí que era hora de volver a casa. Satisfecho con mi experiencia sociocultural, procedí a buscar la salida.

2 comentarios:

Julio Serrano Echeverría dijo...

Don muñe, por varias razones me he perdido de la maratón parlanchinense, pero para concentrarme en este episodio añadiría a un tercer tipo de personas, los que no dan cola y se toman 3 copas de vino para rebautizar las piezas de la inauguración a las que fueron! ja!, esos son los piores!!

abrazote

EP dijo...

4 palabras: ¿Cómo olvidaste la cámara?...

Por si no los han leído:

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