viernes, 19 de marzo de 2010

Terribles remociones

 
(Foto: SuperStock)

Para un hombre heterosexual, sentir una mano palpándole a uno la posadera suele ser inquietante. Es peor si la mano en cuestión resulta ser masculina. Pero la cosa se vuelve traumática cuando la mano masculina le pertenece a uno, y cuando ésta tantea la parte posterior del pantalón propio, se topa con un gluteus maximus donde debería estar una cartera.

Los hombres -a diferencia de las mujeres- acostumbran portar sus carteras tan cerca del cuerpo que con el tiempo se vuelven parte de ellos. Así como hay órganos que segregan bilis, ácido y sangre, la billetera viene a ser como la glándula financiera, que segrega una hormona llamada dinero, facilitando el proceso conocido como consumismo. Como con todo órgano, hay que mantener a la cartera bien nutrida, para que no produzca disgustos. Pero ante todo hay que tener en mente que una amputación súbita de la cartera puede ser extremadamente dolorosa.

Las extracciones de billetera por lo general son practicadas por talentosos profesionales, que pueden optar a realizar el procedimiento con o sin anestesia. Pero también hay personas descuidadas que usan ropas muy holgadas y que propician así una pérdida autoinducida.

Sea como sea que se practique, la carteroctomía repentina invariablemente deja a un individuo desorientado, confuso y descapitalizado. De nada sirve contar con cuentas de banco henchidas de dinero, pues en ese momento se pierde el acceso a ellas y al resto de recursos. Puede estar uno vestido con ropa fina y cara, pero efectivamente se es tan pobre como el tipo que pide dinero en los semáforos vestido de harapos.

Y como si el empobrecimiento instantáneo no fuera problema suficiente, el robo o extravío de la cartera acarrea problemas mucho más graves debido al doble papel que ésta desempeña. No solamente es portadora de nuestros recursos financieros, sino que además es un repositorio de todos esos importantes documentos que dan fe de quienes somos: licencia de conducir, documentos de identidad, membresía del videoclub, tarjetas de cliente preferente, etc. Durante un tiempo nos vemos obligados a deambular por el mundo sin poder probarle a nadie que merecemos crédito al comprar o que estamos autorizados para conducir vehículos.

Mas perder dineros y documentos no es lo peor de todo. Al fin y al cabo, tarde o temprano se logran reponer. Pero lo que nada ni nadie nos repondrá jamás es la tarjeta que con tanto tesón nos sacrificamos por llenar de calcomanías a cambio de un sándwich gratis. Eso sí que es trágico.

1 comentario:

Lafán dijo...

¡Genial! Yo también he experimentado lo mismo, pero se te olvidó mencionar que, cuando te das cuenta de la extirpación, la mente vuela pensando en que los ladrones están comprándose, en ese instante mismo, cuanta cosa se les antoje porque tus tarjetas de crédito les están sirviendo para satisfacer los caprichitos que sus tatas no pudieron nunca darles. Y, encima de todo, tener que pagar durante meses o años por algo que nunca compraste ni has de disfrutar es como para treparse por las paredes.

Por si no los han leído:

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