lunes, 29 de marzo de 2010

Deflaciones

 (Imagen: Richard Kolker)

En estos momentos, la compañía francesa Michelin está trabajando para desarrollar una llanta de automóvil que no utilice aire. El prototipo se asemeja a una rueda de bicicleta muy gruesa, o a una rueda de carromato muy pequeña. Cuando salga a la venta, los automovilistas de todo el mundo le dirán adiós a los pinchazos para siempre. Lástima que inventos tan maravillosos como éste siempre lleguen demasiado tarde.

La semana pasada, mientras deambulaba por las calles de esta urbe, al intentar esquivar a un energúmeno, me pegué demasiado a la acera. Esto causó que mi neumático frontal derecho se frotara contra el cemento del bordillo, lo cual fue desgarrador. El aire hasta ese momento contenido dentro de la llanta salió silbando como si se tratara de un flautista frenético. Con la mayor calma que me fue posible procedí a maniobrar el auto para sacarlo del tráfico. Con eso buscaba evitar que otro auto colisionara con el mío. También quería evitar que me siguieran maltratando a todo mi árbol genealógico, que ya poco faltaba para que llegaran a mi tatarabuela.

Al inspeccionar el vehículo, me topé con un cuadro desolador. El auto que momentos antes se desplazaba garbosamente a sesenta kilómetros por hora, ahora se encontraba miserablemente inmóvil, anclado en el pavimento. Inclinado como estaba, mi auto parecía pedirme perdón por hallarse convertido en un triciclo de tres toneladas.

Consideré las opciones disponibles. Primero pensé en llamar al seguro del auto, pero debido a la cantidad de vehículos circulando a esa hora, bien podrían tardar más de una sesenta minutos en llegar, lo que me forzaba a tomar la segunda y terrible opción: cambiar la llanta yo mismo.

No estaba muy seguro de cómo hacerlo, pues en los cuatro años que he tenido este auto, esta era apenas la segunda vez que le cambiaba una llanta. Sin embargo, al hacer memoria, la vez anterior yo había decidido esperar a la grúa, así que en realidad, esta era la primera vez que hacía el cambio. Si bien es cierto que portaba un manual de instrucciones en la guantera, todo el mundo sabe que los portadores del gen XY no leemos manuales. Procedí a extraer la caja de herramientas y la llanta de repuesto del baúl. Si todo es así de fácil, pensé, estaré conduciendo en un santiamén. Cuan equivocado estaba.

Quitar el plato fue una tarea titánica que requirió dosis iguales de maña y de fuerza. Esto me hizo sospechar que mi auto había sido diseñado como un ejercicio de sadismo. Confirmé mi sospecha en el momento de poner la nueva llanta. A diferencia de los autos japoneses y americanos, que tienen los pernos adosados al disco de frenos, este modelo trae tornillos, que es preciso colocar con una mano mientras se sujeta la llanta de 40 libras con la otra. Es preciso tener en mente que pasar el día en una oficina no lo prepara a uno para tareas manuales como ésta.

Concluida la tarea, subí las herramientas al auto y reanudé mi trayecto. Mi apariencia debe haber sido especialmente calamitosa, pues repetidas veces me preguntaron si había sido víctima de algún asalto.

Al día siguiente, mientras trataba de sobrellevar el punzante lumbago y los múltiples calambres causados por tan ardua tarea, me prometí a mi mismo que en cuanto pudiera sostener un lápiz en la mano, le escribiría una atenta carta a los señores de Michelín, para rogarles que apresuren la producción de su nueva llanta, porque si me veo obligado a cambiar otra llanta, no creo contar el cuento.

1 comentario:

Lafán dijo...

Si ya entro en angustia de pensar que tengo que cambiar una llanta, porque vaya si pesan esos chunches llenos de aire, al leer esta narración aterrorizante --de tornillos y equilibrio con una sola mano-- me hago a la idea de nunca dejar de llamar a quien lo hace a diario como su oficio, para que lo ejecute en mi carro a la velocidad de la luz.
Excelente narración de un hecho tan cotidiano y molesto, pero que puesto así adquiere dimensiones épicas.

Por si no los han leído:

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