domingo, 21 de marzo de 2010

El sueño, sueño es

(Foto: Ryan McVay)

Conozco a una madre, una hija y una nieta que han heredado una misma dolencia que les ha causado indecibles sufrimientos. Implacable, esta desventura ha pasado de rama en rama del árbol genealógico. Habrá que ver si la siguiente generación se salva de este desorden. Pero todo dependerá de que nadie les vele el sueño.

La desdicha que aqueja a estas pobres mujeres es la misma: padecen de sueño frágil. Conciliar el sueño es para ellas una tarea complicada y ardua. Las casas deben estar en silencio absoluto. La oscuridad debe ser completa. Nada de vibraciones, nada de olores y de ser posible, nada de sabores. De lo contrario, se ven obligadas a pasar una noche de insomnio, lo cual repercute inexorablemente en el resto de miembros de la familia.

Es importante mencionar que el sueño frágil no es ocasionado por características de índole genética. Ninguna de las mujeres mencionadas anteriormente nació con esta particularidad, pero cada una de ellas tuvo la mala suerte de ser la primogénita. Y por ser el primer retoño, sus inexpertos padres hicieron lo que cualquier persona caritativa haría: hicieron lo posible por crear un ambiente ideal para que la infanta pudiera dormir cómoda sin ruidos ni molestias. Pero esta inocente acción, ejecutada con la mejor de las intenciones, resulta ser contraproducente en extremo.

La razón por la cual la fragilidad somnífera es un desorden muy propio de los primogénitos se debe a que a partir del segundo hijo, los padres están mucho más experimentados, y saben que los niños no se desbaratarán si se caen de cabeza desde un segundo piso, aunque caigan de cara sobre unas gradas. Tampoco se preocupan de apagarles las luces, de bajarle el volumen al televisor y mucho menos de cuidarles el sueño. Los niños así criados se ven beneficiados de una poderosa habilidad para descansar donde sea, cuando sea y como sea. Entre más ruidosos los ambientes a los que son expuestos los niños, más fácilmente lograrán dormir más adelante.

Es común oír historias de hijos medios que se quedan dormidos en el piso de la sala, con las luces prendidas. También son capaces de dormir con la televisión o el radio puesto a todo volumen. Ver a un hijo no-primogénito dormir es como ver un juguete quedarse sin baterías. Simplemente se desactivan.

Por supuesto, una persona con un sueño tan profundo como el de un hijo no-primogénito es totalmente vulnerable a las condiciones del medio. Si hay una inundación, será la última persona en enterarse. Si hay un terremoto, es probable que simplemente únicamente se de vuelta y siga durmiendo como un lirón mientras la casa se le cae encima. Por eso es que los de sueño pesado necesitan de alguien que reaccione al menor ruido o cambio de temperatura, alguien que se levante de un brinco y de la señal de alarma para que los demás no pasen del sueño profundo al sueño eterno. Para eso, no nadie mejor que un primogénito.

3 comentarios:

Maria Sabanti dijo...

Vivir con gente de sueño frágil es terrible, especialmente cuando esa persona es la madre de una y se pretende llegar a la casa a la una de la mañana sin ser descubierta.

Lafán dijo...

Porque soy una de ellas, me solidarizo con todas esas personas primogénitas que se despiertan por el menor ruidito. Qué triste situación y qué envidia la que se siente hacia esos seres privilegiados que ante la explosión de un transformador de la EEGSA, a 20 metros de la ventana del dormitorio, le dicen a uno (con un candor y una inocencia propia del Jardín del Edén): "Yo no oí nada. ¿A qué hora decís que fue?"

Loquique dijo...

Esa es la cruz de quienes tenemos el sueño pesao. Que BUEN articulo, muy lógica explicación.

Por si no los han leído:

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